MITOS Y LEYENDAS
MITOS Y LEYENDAS
SOBRENATURAL DEL ZHIRO
Se trata de un ser
imaginario, en el que creen los mestizos de la provincia del Azuay y
Loja. El Zhiro tiene la apariencia de un gran mono antropomorfo, con el
cuerpo recubierto de bastante pelo. Posee unos brazos larguísimos y los
pies a la vez.
El Zhiro habita en los bosques montañosos de las
estribaciones andinas y acostumbran a perseguir a niños, mujeres y
hombres que se extravían en el monte.
A las mujeres las rapta y las
convierte en sus esposas, llevándolas a vivir en los lugares más
apartados de su territorio. Los individuos que son acosados por el Zhiro
no obstante pueden acudir a una estrategia para salvarse de él. Estos
deben sacarse el pantalón, y abandonarlo para que el Zhiro lo recoja.
Se dice que en Quito había
una mujer que todos los días llevaba su vaquita al Panecillo para que
pudiera comer ya que no tenía un potrero donde llevarla.
Un buen día,
mientras recogía un poco de leña, dejó a la vaquita cerca de la olla
pero a su regreso ya no la encontró. Muy asustada, se puso a buscarla
por los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no
aparecía. En su afán por encontrarla, bajó hasta el fondo de la misma
olla y su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la entrada de un
inmenso palacio.
Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que
en un lujoso trono estaba sentada una bella princesa que al ver allí a
la humilde señora, le preguntó sonriendo
Más arriba, aún, el parque
de Ibarra era un minúsculo tablero de ajedrez sin alfiles, donde
destacaba el añoso Ceibo, plantado tras el terremoto del siglo XIX y que
–según decían- sus ramas habían caminado una cuadra entera. La noche
caía plácida sobre la enredaderas y la luna parecía indolente a las
sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras.
¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de
contemplar sus paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la
luna? ¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves
nocturnas? ¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la Catedral a
mirar los tejuelos verdes y las copas de los árboles?
Cuenta la leyenda que Manuel
de Almeida Capilla, hijo de don Tomas de Almeida y doña Sebastiana
Capilla, ingreso a los 17 años de edad a la Orden de los Franciscanos.
Sus devaneos temporales tuvieron un punto final, cuando el Cristo de la
Sacristía del Convento de San Diego, sobre el que se encaramaba para
alcanzar la ventana por la cual escapaba a sus juergas nocturnas, puso
fin con su famosa frase: ¡Hasta cuando Padre Almeida!.
Nuevamente enrumbado en las
normas religiosas a las que se había comprometido, llego a ser Maestro
de Novicios, Predicador, Secretario de Provincia y Visitador General de
la Orden de los Franciscanos. Pero la historia de este personaje es mas
larga y pintoresca, aparentemente ingresó al Convento de los
franciscanos más que por una verdadera vocación, por un desengaño
amoroso. Tan grande debió haber sido su decepción que decidió abandonar
su vida ociosa y entrego todos los bienes que le correspondían por
herencia a las otras dos mujeres de su vida: su madre y su hermana.
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